¡El regreso es un hecho cierto! A pesar de las especulaciones de algunos y los malos deseos de otros, el regreso es inminente. Tal vez en diez días, tal vez en veinte. Pero regresará a un país que dejó luego de actos emotivos de lágrimas efusivas, para algunos, algo adelantadas.

El hombre que regresa no es el mismo que se fue. Regresa un hombre que ya no puede asegurar estar curado, porque esa barajita ya la usó y ahora la credibilidad ha sufrido un duro impacto. Regresa un hombre que no puede venderse como el hombre fuerte de Venezuela, porque no lo es. Es una persona enferma, todavía convaleciente de tres intervenciones quirúrgicas en nueve meses. Quien regresa no puede prometer mucho ni hablar de proyectos a 10 o 20 años porque su protagonismo en esas historias no se ve claro. Quien regresa no puede ofrecer futuro, porque todo lo que lo rodea es incierto, porque más nadie que él conoce el origen y destino de sus males, porque no ha permitido que ni siquiera sus acólitos lo acompañen en el diagnóstico.

El hombre que regresa prefirió evadir la medicina más avanzada de otros países, incluyendo el que preside, para guardar con hermetismo incierto el secreto de su verdadero estado de salud, mientras cada vez más, especialistas, médicos y periodistas ofrecen detalles impresionantes de la evolución y posible desenlace del mismo a distancia y generando certidumbre en los desinformados. ¿Cómo entender que ahora si es verdad que se curó? ¿Cómo pensar que la historia no se repetirá? Estas inquietudes son parte de la conversación diaria de un pueblo que fue clientelizado y que ahora ve con angustia que sus esperanzas de casa nueva, de trabajo, de beca o lavadora china se desvanecen junto con la incertidumbre de la salud de quien se las prometió.

Comienza el vuelo del cóndor, un vuelo ascendente y vertiginoso, donde se puede ir solo y con dignidad o acompañado de muchos inocentes que decidan que la suerte no es justa y que como Jalisco, si no gana, arrebata. Los caminos se cierran, las esperanzas se esfuman. Sólo queda, tal vez, la ilusión de dejar una huella para que otros sigan los pasos. El problema es que esos otros no pueden ver la huella, porque están demasiado ocupados viendo hacia otros destinos donde el poder no sea ajeno a sus intereses personales. Ese pescueceo apenas comienza. Los bandos y las bandas, y por supuesto, los bandidos.

Mientras lo más certero de lo que dispone el venezolano es una sopa de auyama con yogurt y las imprecaciones a los espíritus de la sabana, sus mismos adláteres preparan un futuro para ellos, donde el cóndor será historia, y donde el fin pragmático es sobrevivir con dignidad en el disfrute de la renta cleptocrática. Mientras todo esto sucede, un candidato joven y con energía, con mirada clara hacia un futuro diferente, va tocando puerta por puerta, siendo recibido con los brazos abiertos en hogares recién entregados con lavadoras chinas porque ellos también quieren futuro y lo que ya les dieron es pasado. Esa diferencia abismal entre una campaña entusiasta de jóvenes por el cambio con una campaña de 140 caracteres de un candidato convaleciente constituye una razón demasiado obvia para entender que el futuro en el poder es corto. El 7 de Octubre se acerca inexorablemente y la ingeniería política de quienes no quieren entenderlo operan para hacer del tiempo una variable sin sentido.

El vuelo del cóndor ha comenzado. Le deseamos lo mejor en ese trayecto, pero esperamos que entienda que su destino es personal y no colectivo.